La paz de
Emiliano se ve interrumpida como cada año en la misma fecha.
Con un sol
espléndido, a los niños que juegan con sus padres, a los ciclistas, a los que
pasean, hoy se han unido otros. Otros que
portan banderas, otros que abrazan flores y otros que cargan con su música.
Ese día,
como todos los años en la misma fecha, desde que Emiliano volvió a tener un
lugar en su pueblo, va en busca de sus compañeros, Ricardo, Isidoro, Miguel,
Francisco y José.
Juntos,
observan a aquellos hombres y mujeres que se agrupan en torno al extraño
monumento de hierro y junto a ellos, con el ondear de las banderas tricolores,
que un día izaron en su ayuntamiento, sienten cómo la vida vuelve a sus
corazones.
Cuando la
música rompe el silencio y las notas del Himno de Riego desgarran el aire, una
lágrima brota en sus cuencas vacías, y una punzada se clava en el costado de
Emiliano.