lunes, 13 de mayo de 2013

¿POR QUÉ SONRÍE LA INFANTA?



LA FAMILIA DE CARLOS IV (cuadrosquever.blogspot.com)
El ojo inquieto de Francisco de Goya, testigo fiel de su tiempo, captó como nadie la imagen que tenía ante si cuando dio forma al encargo real que en 1.800 le hizo plasmar en el lienzo a la familia de Carlos IV.
El maestro que tanto trabajó para los Reyes a pesar de sus ideas ilustradas y de su afán de cambio, poco podía imaginar que el infame advenedizo iba a ser culpable junto con su ambicioso hijo de llevar a nuestro país a una de sus mayores tragedias, en la Guerra contra el francés que él retrató con toda su crudeza.
Pero lo que de ninguna manera podía imaginar era que doscientos años después la descendencia de esta saga, fuera capaz de perdurar por encima de una historia plagada de luchas fratricidas.

Aquel muchacho a la izquierda del cuadro se convirtió en Fernando VII  y después de volver de un plácido exilio en tierras del enemigo, mientras su pueblo luchaba y moría por él, traicionó y aplastó cualquier esperanza de progreso, pisoteando la Constitución de Cádiz.
Su hermano Carlos, que se esconde tras él en el cuadro, en nombre de sus derechos sucesorios, dividió el país a la muerte de Fernando y  lo ahogó en sangre, en una lucha  inacabada que sus descendientes continuaron intermitentemente hasta la Guerra Civil  de 1.936.
Por dos veces una España pisoteada, se quitó de encima la presión de los Borbones. 

La  primera con el intento de Prim en 1.870, después de la caída de Isabel II, poniendo en el trono a Amadeo de Saboya, lo que al General le costó la vida, asesinado en la calle del Turco. El rey italiano, sin su máximo valedor duró muy poco en el trono dando paso a la Primera República, débil e inestable que en apenas un año cayó bajo la espada de los militares que volvieron a restaurar al hijo de Isabel, Alfonso XII.

La segunda, en 1.931 donde Alfonso XIII, un rey que incapaz de hacer frente al creciente descontento social en una España atrasada, cargada de desigualdades y que se desangraba en una guerra africana por un absurdo afán neocolonialista, había unido su destino al de Miguel Primo de Rivera, dictador que en los años del nacimiento del fascismo puso orden llevándose por delante las pocas garantías democráticas que hasta entonces existían. Cuando cayó el dictador, y se convocaron elecciones municipales llegó la Segunda República.
De nuevo los militares se encargaron de acabar con  la esperanza, y aunque esta vez fue más largo el periodo que tuvieron que esperar los Borbones para recuperar su trono, a la larga, aquel General por el que Alfonso XIII se sintió traicionado y que no le devolvió el trono una vez acabada la contienda, fue el artífice del regreso de sus descendientes.
Solo con la muerte de Franco y según sus indicaciones volvió la corona a manos de su nieto en 1.975, un Rey apartado de su familia y educado bajo la supervisión del dictador, que legitimó sus derechos tras la abdicación de su padre, Don Juan.
Después, la habilidad personal de Juan Carlos, el sabio consejo de los que le rodeaban y la coyuntura internacional que hacían imposible la continuación de un sistema político anacrónico en una Europa democrática, hicieron que el Rey traicionara los postulados de su valedor y se convirtiera en defensor de las libertades.
Los hábiles políticos de la transición en nombre de la prudencia y con el dolor en la memoria, de la guerra y la represión, legitimaron al Rey constitucionalmente y crearon la figura de la Monarquía Parlamentaria, contradictoria en sí misma, con un Rey que reina pero no gobierna y que aceptamos como mal menor. 

En 1.981 con el rechazo al golpe militar del 23 de febrero, Juan Carlos pasó la mayor de sus reválidas y con la lección bien aprendida de sus antepasados que equivocaron su estrategia y acabaron en el exilio, se puso del lado de la Democracia y consiguió que un pueblo que nunca  ha sido monárquico se convirtiera en Juancarlista.
Juan Carlos I de España que seguramente pasará a la historia como “ El campechano”, lleva casi cuarenta años en el trono y durante ese tiempo, ha sabido consolidar una Institución a la que por conveniencia o ignorancia se la han perdonado todos los pecados del pasado.
En los tiempos de bonanza que nuestro país ha vivido poco ha importado que esa gran foto familiar se haya ido ampliando mostrándonos la vida cómoda que nuestra imagen merecía.


(edelsa.es)


Pero ahora que el castillo de naipes sobre el que se sustentaba la gran mentira de la especulación y la corrupción, se ha venido abajo, el pueblo que lo está pasando muy mal, vuelve sus ojos contra instituciones obsoletas y despilfarro sin sentido.
Al margen de las actuaciones personales y los vicios ocultos de los que todo el mundo habla, la aparición en esta moderna Monarquía de plebeyos ambiciosos que han mezclado su sangre con la azul nobiliaria, ha resultado particularmente peligroso.


Y si  los Borbones siempre han hecho gala de su generosidad a la hora de intimar con gentes del pueblo, el hecho de oficializarlas y situarlos en sus retratos  ha sido quizás uno de sus mayores errores.
Cuando la justicia justifica lo injustificable y no ve indicios delictivos en la real esposa de un hombre que todos hemos calificado como el paradigma de trepa sin escrúpulos.
La Infanta sonríe porque, en el fondo, sabe que está por encima del bien y del mal y que mientras se mantenga en pie el circo nobiliario, alguien velará por ella y el pueblo la seguirá vitoreando mientras se ríe de nosotros.
O quizás no.

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