Cuando faltan dos meses para el adiós a la peseta, un grupo de monedas han llegado a mí para seguir formando parte de una historia que empezó antes de que cualquiera de nosotros estuviéramos aquí y que continuará cuando nos hayamos ido.
Son las pesetas de plata de la abuela Matilde. Tienen más
de cien años y marcaron la vida de un país con reyes, dictadores, guerras y
democracia hasta nuestros días.
Pronto, su camino con letras mayúsculas acabará y se
verán reemplazadas por algo tan impersonal como el Euro, símbolo de unión con
una artificial Europa y que nos llevará hacia un próspero futuro en el que,
personalmente, no creo demasiado. Sea como fuere, será la moneda de nuestros
hijos y eso sí será verdaderamente importante.
Pero estas monedas de tan grande biografía, encierran en
sí un valor mucho mayor que la plata que las acuñó. Son la pequeña gran
historia de Matilde; con ella estuvieron siempre desde que su madre, no sabe
muy bien cómo, las fue reuniendo con su esfuerzo para juntándolas con otras,
formar un pequeño capital que poder guardar ante la llegada de malos tiempos.
Así pasaron incluso una guerra, escondidas en la tierra
de una maceta de su casa de Haro.¿Quién le iba a decir a la madre de la abuela
que de allí sacarían, años después, el dinero que pagaría su propio entierro?
Algunas de las monedas que quedaron, se convirtieron en
tiempos mejores, en pulsera de plata, y el resto descansan hoy en la vitrina de
mi casa, junto a otras de nuevo cuño, quizás de parecido valor numismático,
pero sin la vida que su propia historia las ha dado.
Duermen junto a las habitaciones de mis hijos y mi
ilusión es que ellos las guarden, como hizo su abuela, para que algún día las
valoren y puedan formar parte de su propia vida.
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