viernes, 18 de enero de 2013

ORADOUR , donde el tiempo se detuvo.



Hace dos años cruzando Francia desde el Perigord, hacia Bretaña, nos encontramos cerca de Limoges con el lugar en el que una tarde de Junio de 1.944 todo se paró para recordar, a todo el que pasara por allí, que el hombre es capaz absolutamente de todo cuando el odio y el fanatismo se aúnan y esconden bajo la coartada de la guerra.

Oradour Sur Glane, sufrió como tantos otros lugares a lo largo de la historia la fuerza descomunal de la sinrazón.

Alrededor del mediodía del Sábado 10 de Junio de 1.944, un grupo de hombres  llegaron por la calle principal, vestidos con uniformes de camuflaje, y después de situar los vehículos blindados que les acompañaban enfrente de la iglesia se fueron en busca del alcalde.

Los ojos de los que los vieron pasar desde los comercios, las ventanas de las casas o desde las terrazas en las que estaban sentados a las puertas de los cafés, reflejaron el temor que su visión les infundía.

Más de cuatro años habían pasado desde que la orgullosa Francia se había tenido que humillar ante la imparable soberbia alemana, que como un rodillo aplastó cualquier resistencia en la lejana primavera de 1.940.

Durante ese tiempo la convivencia con el invasor se había hecho ya una costumbre y en lugares como Oradour, pasados los primeros meses de contienda, la cotidianidad había vuelto a imponerse. En la intimidad familiar el odio seguramente no se disimulaba y en más de un hogar se recordaba al hijo o marido muerto, o prisionero en Alemania, pero en la calle todo el mundo convivía con normalidad.

En estas tierras ni siquiera se sufría la presión de una administración extranjera, porque estaban en la zona libre, bajo el gobierno de Vichy, y económicamente se pasaban menos penalidades que en las grandes ciudades gracias a la producción agrícola, que de hecho abastecía a la capital de la comarca.

El pueblo desde el principio de la contienda había sufrido un aumento demográfico, ya que por su situación geográfica, servía de refugio a familias que se habían trasladado desde el norte, huyendo de las zonas de conflicto. Uno de los síntomas que más claramente indican la tranquilidad con la que se convivía, era  que a esas alturas de la contienda en el pueblo residían varias familias judías y otras formadas por españoles republicanos.

Pero en esta pequeña ciudad, que contaba con numerosos servicios, como oficina de correos o estación de ferrocarril, y en la que había varios bares y cafés, dos hoteles, todo tipo de comercios e incluso un tranvía que recorría su calle principal, los sucesos que estaban sucediendo en las costas de su país y la tensión que se estaba transmitiendo por todas partes no le eran ajenos.

Hacía 4 días que los aliados habían desembarcado en Normandía y espoleados por la posibilidad de recuperar la libertad, La Resistencia, agazapada y terriblemente reprimida, había saltado por toda Francia intentando dificultar a los alemanes el avance hacia el frente para reforzar las defensas que intentaban rechazar el avance aliado.

De repente, el odio acumulado en cuatro años de ocupación se convirtió en sed de venganza y la respuesta violenta de los sorprendidos invasores no se hizo esperar.

En ciudades cercanas como Tulle, el día anterior ya se había sentido la fuerza de la barbarie, cuando como respuesta al ataque que habían sufrido tropas alemanas,  la división Das Reich, de las Waffen- SS, había tomado el control de la ciudad y después de descubrir los cadáveres de los soldados alemanes muertos por la Resistencia, tomaron al azar a varones que fueron ahorcando y colgando en farolas, balcones y árboles, posteriormente fusilaron a  20 trabajadores del ferrocarril y detuvieron a varios cientos más para su deportación a Campos de Concentración en Alemania.

Cuando los hombres de la Das Reich avanzaban por las calles de Oradour al día siguiente de la masacre de Tulle, sentían los ojos que les atravesaban de los paisanos que hasta hacía muy poco eran para ellos inofensivos como los de los franceses con los que habían convivido en Toulouse, donde su unidad llevaba un tiempo acantonada después de regresar del frente del Este.

Pero aquellas miradas después de esos pocos días transcurridos desde el inicio de la ofensiva en Normandía habían cambiado, y lo que escondían eran la ira y la esperanza de que todo estaba a punto de acabar, escondían la posibilidad de destruirles. Aquellos hombres que después de cuatro años de guerra habían visto morir a muchos compañeros, veían cómo el pueblo francés, falsamente amistoso, se convertía otra vez en el enemigo con el que había que luchar.

Las Waffen-SS, no eran el ejército regular alemán, eran hombres ideologizados, con mandos formados e instruidos en el nazismo y que creían en su supremacía, por lo que no tuvieron ningún reparo en llevar a cabo directamente las tareas de exterminio que eran necesarias para el correcto desarrollo de la política expansiva del Tercer Reich.

Ahora los franceses, se habían vuelto a poner a la altura de los judíos o los eslavos de los territorios del Este, en los que estos hombres ya habían sido los artífices de múltiples masacres para reprimir cualquier tipo de resistencia.

Los terroristas estaban ahora aquí y contra ellos sólo cabía una forma de actuar.

Cuando el Comandante Dickman, que mandaba las fuerzas alemanas, ordenó reunir a la población en la plaza con la excusa de realizar una inspección de documentos la tragedia estaba servida.

Los soldados fueron en busca del “ Tambour de Ville” y con él recorrieron todas las calles instando a la población a acudir a la reunión, al mismo tiempo fueron entrando en las casas y comercios sacando a todos los habitantes, incluidos enfermos o trabajadores en traje de faena, como el panadero Marcelin Thomas, que apareció cubierto de harina,  su casa fue ocupada y en ella se instaló el puesto de mando desde donde se organizó la maniobra de agrupamiento.

Con la plaza llena de gente,  una muchedumbre de la que un tercio eran niños, Dickman se dirigió al Alcalde mediante un intérprete y le acusó de ocultar en el pueblo armas y miembros de la guerrilla y le interrogó sobre el paradero del Mayor Kämpfe, cuya desaparición se había producido el día anterior. Esta era la razón por la que habían llegado al pueblo, y aquí es donde aparecen distintas versiones de lo que a continuación sucedió.

La llegada a Oradour se debió a la declaración de dos civiles franceses que habían afirmado que un alto mando alemán que había caído prisionero estaba retenido allí, lo que se complica más cuando algunos afirman que en realidad se referían a Oradour- sur Vayres, añadiendo un sinsentido mayor a la tragedia.

Las órdenes que el Mayor Dickman tenía del General Lammerding eran intentar localizar a Kämpfe y si no era posible, capturar la mayor cantidad de prisioneros para intentar un intercambio posteriormente.

Por este motivo unos treinta hombres fueron separados del grupo de la plaza y llevados a otros puntos de la ciudad.

Los alemanes afirman que en los registros que realizaron por las casas de la población encontraron numerosas armas y además de una ambulancia alemana a la entrada del pueblo con sus ocupantes carbonizados y encadenados  en el interior, hallaron un cuerpo

en el horno de la panadería que identificaron como el de Kämpfe, gracias a una cruz de hierro que Dickman, amigo personal del Mayor, pudo reconocer.

A partir de ahí los hechos se suceden, los supervivientes niegan esta versión y en cualquier caso la consecuencia fue la misma.

Las mujeres y los niños son introducidos en la iglesia, los hombres son fusilados en pequeños grupos en diferentes partes del pueblo, se produce una explosión en el interior de la iglesia, la gente intenta escapar, entre gritos desesperados todos son ametrallados, se produce una orgía de sangre de la que prácticamente nadie se salva.

Madame Rouffanche escapó increíblemente por una ventana de la iglesia, Robert Hébras oculto entre los cuerpos de los fusilados se levantó herido y echó a correr cuando procedían a dar los tiros de gracia a los que habían asesinado junto a él, huyó pero perdió a su madre y a sus dos hermanas.

Después de rematar a cualquier superviviente, la unidad alemana permaneció en la ciudad, incendiando y destruyendo sistemáticamente todos los edificios y apilando y quemando los cuerpos cubriéndolos con cal viva.

En total 642 personas resultaron muertas, 240 mujeres,205 niños y 197 hombres, de ellos 18 eran españoles exiliados pertenecientes a tres familias con varios niños.

El día 13 de Junio los hombres de la División Das Reich abandonaron la población, rumbo al frente de Normandía, donde muchos de aquellos criminales, incluido el Mayor Dickman, perdieron la vida en los combates que llevaron a los aliados a la liberación de Europa.

Se dice que el mismísimo Mariscal Rommel cuando tuvo noticias de lo ocurrido, transmitió su indignación a Hitler y pidió un castigo para los responsables, consciente de que este tipo de acciones incrementaban la fuerza del enemigo pero el Führer, lejos de atenderle, le indicó que realizara su trabajo que era repeler a los aliados.

Meses después, en Marzo de 1.945, Charles de Gaulle visitó el escenario de la tragedia y declaró “ Oradour-sur-Glane es el símbolo de las desgracias de la patria. Conviene preservar su recuerdo, pues hace falta que nunca más semejante desgracia se reproduzca”.

Las ruinas de la ciudad no se reconstruyeron y se levantó otra población en las cercanías. Su nombre quedó como símbolo de ciudad mártir, unido a otros en los que sucedieron hechos similares.


Posteriormente en 1.953, el drama se revivió con la celebración en Burdeos de un proceso militar, en el que se intentó juzgar a los culpables del crimen. A pesar de que el

el Mayor Diekman, responsable directo, y muchos de los que participaron habían muerto en los combates de Normandía, fueron juzgados 65 militares supervivientes por su intervención en la masacre pero solamente 21 fueron presentados ante el tribunal, el resto fueron juzgados en rebeldía. El proceso dejó al descubierto las terribles heridas que quedaban abiertas en la sociedad francesa después de una contienda en la que tras una  rápida derrota, convivieron más de cuatro años en el bando de su supuesto enemigo, con todas las implicaciones que ello tuvo. El hecho de que de los 21 que se sentaron en el banquillo, 14 fueran franceses de la región de Alsacia, dividió al país y demostró que la demonización del enemigo no era tan sencilla porque muchas veces era demasiado cercano.

El juicio se cerró en falso y los acusados franceses fueron amnistiados, en 1.959 ya no quedaba ninguno en la cárcel, a pesar de las dos condenas a muerte que se habían producido en primera instancia. Se decretó el secreto del sumario por 100 años, por lo que muchas de las pruebas y documentos aportados en el proceso no serán públicos hasta 2.053. Todo ésto ha provocado que hayan aparecido teorías revisionistas que discuten las distintas versiones e intentan dar argumentos o justificar el desencadenante de la tragedia.

En cualquier caso, la realidad de la barbarie no se puede negar y la existencia de un lugar como éste,  que hoy podemos visitar, hace posible que generaciones como las nuestras, nacidas en libertad, seamos conscientes de que la fragilidad de la convivencia no se puede olvidar. 






Oradour-sur-Glane es una herida abierta difícil de cicatrizar.





 

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