sábado, 26 de enero de 2013

EL TESORO DE MONTANS.


En el sureste francés, en el camino que nos lleva de la impresionante Carcassone a la majestuosa Albi, alejada del pasado medieval que estos nombres evocan, encontramos una pequeña población de poco más de mil habitantes, que guarda en sus entrañas un oasis de otra época.

Montans, a la que llegamos casi por casualidad, esconde bajo sus edificios un inmenso yacimiento arqueológico, que demuestra, por los descubrimientos realizados desde el siglo XIX que en este lugar, se situó un gran centro de fabricación de cerámica romana.

Sorprendente llegar a este pequeño pueblo y encontrar un barullo de niños esperando frente a un curioso edificio, presidido en su entrada por una fuente dedicada al dios Baco, es La Archéosite, el Museo y Centro de Interpretación del pasado romano.

Sorprendida también se muestra la encargada de poner orden en el grupo de escolares, cuando nos dirigimos a ella mostrando nuestro interés por visitar el Centro, está claro que son pocos los turistas españoles que por aquí se acercan.

 

Para solucionar los problemas de comunicación, una vez que es consciente de que queremos realizar una visita, nos pone en contacto con una compañera, que muy amablemente y con gran esfuerzo, se dirige a nosotros en castellano para informarnos.

Así nos enteramos de que en este lugar se situó originariamente un Oppidum Galo, una fortificación situada en una zona elevada donde vivían y se protegían los pobladores del lugar antes de la llegada de los conquistadores romanos.

Una vez que Roma se estableció, desarrolló una importantísima industria de producción  cerámica, imprescindible para el comercio y la vida cotidiana.

Cuatro fueron los siglos en los que los productos que se fabricaban salieron hacia todo El Imperio, fundamentalmente hacia Britania e Hispania. En especial fue muy apreciada la cerámica sigillata roja, utilizada en los productos domésticos de gran calidad.

Orientados por la simpática francesa nos disponemos a visitar la exposición, advertidos de que la hemos de avisar para acompañarnos en la parte final.

Recorremos la sala principal donde se exponen gran variedad de utensilios, vasijas, ánforas, lámparas, se recrean lugares de los hallazgos y en diversas vitrinas se pueden contemplar objetos encontrados en el subsuelo de Montans.



Pasamos a unas dependencias separadas y nos encontramos con  estancias que recrean  fielmente las habitaciones de una casa romana y de su vida cotidiana, no se trata de una Villa, sino de la vivienda de los humildes pobladores que bien podían ser los que elaboraban la cerámica.

En el exterior, en un gran patio, nos encontramos con otro pequeño edificio en el que se ha reconstruido un pequeño taller, donde se puede entender cómo se trabajaban los materiales y cómo se fabricaban las piezas. Diversos moldes y objetos acabados nos transportan a otra época, y contemplamos con curiosidad cómo se construían las tejas o las lámparas de aceite.



Todo el conjunto está realizado con mucho gusto y resulta francamente didáctico, pero cuando ya pensando en irnos nos dirigimos a nuestra amable anfitriona nos encontraremos con la última sorpresa. Nos pide que la acompañemos y tras atravesar una puerta enrejada y cerrada con llave de la que no nos habíamos percatado, nos encontramos ante el tesoro, quién iba a esperar que en este recóndito lugar se escondía el brillo del oro y la plata de Roma, junto con un montón de hachas de bronce y  barras de hierro de difícil datación, es fascinante.





Mientras fotografío las monedas de oro y plata, expuestas con los tinteros que hicieron de huchas, en las que se encontraron, nuestra amiga francesa nos cuenta que todo lo que vemos apareció por casualidad al realizar unas obras en el pueblo y que el resto de los materiales tienen un origen similar. 
A pesar de que los primeros hallazgos se hicieron a mediados del siglo XIX no fue hasta los años setenta del siglo XX, cuando un grupo de arqueólogos se preocuparon de poner en valor este lugar hasta conseguir lo que hoy podemos disfrutar. Se calcula que solamente un 6% de lo que supondría el yacimiento ha sido excavado, pero por suerte para los habitantes de la zona casi todo esta aquí.

Tras este broche final tan inesperado, nos despedimos, llevándonos como recuerdo la reproducción de una joya romana y de unas monedas galas de la época del caudillo Vercingétorix y con muy buen sabor de boca.

No cabe duda que no podemos evitar cierta envidia al ver la estupenda gestión que en un pueblo tan pequeño han sabido hacer de su valioso pasado, cuando bajo los cimientos de nuestras casas, allá de donde venimos, duerme oculta Deóbriga, ciudad romana perdida de la que nadie se ha preocupado nunca.


Hoy nos vamos con la convicción de que, sin esperarlo, hemos conocido el lugar en el que seguramente se fabricaron, hace casi dos milenios, algunos de los utensilios cuyos fragmentos salen a la luz cuando los arados de los labradores arañan las fincas que rodean nuestras casas.








         "El Tesoro de Montans es mucho más que su oro."

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