En el sureste francés, en el camino que nos lleva de la impresionante Carcassone a la majestuosa Albi, alejada del pasado medieval que estos nombres evocan, encontramos una pequeña población de poco más de mil habitantes, que guarda en sus entrañas un oasis de otra época.
Montans, a la que llegamos casi por casualidad, esconde bajo
sus edificios un inmenso yacimiento arqueológico, que demuestra, por los
descubrimientos realizados desde el siglo XIX que en este lugar, se situó un
gran centro de fabricación de cerámica romana.
Sorprendente llegar a este pequeño pueblo y encontrar un
barullo de niños esperando frente a un curioso edificio, presidido en su
entrada por una fuente dedicada al dios Baco, es La Archéosite, el Museo y
Centro de Interpretación del pasado romano.
Sorprendida también se muestra la encargada de poner orden
en el grupo de escolares, cuando nos dirigimos a ella mostrando nuestro interés
por visitar el Centro, está claro que son pocos los turistas españoles que por
aquí se acercan.
Para solucionar los problemas de comunicación, una vez que
es consciente de que queremos realizar una visita, nos pone en contacto con una
compañera, que muy amablemente y con gran esfuerzo, se dirige a nosotros en
castellano para informarnos.
Así nos enteramos de que en este lugar se situó
originariamente un Oppidum Galo, una fortificación situada en una zona elevada
donde vivían y se protegían los pobladores del lugar antes de la llegada de los
conquistadores romanos.
Una vez que Roma se estableció, desarrolló una
importantísima industria de producción
cerámica, imprescindible para el comercio y la vida cotidiana.
Cuatro fueron los siglos en los que los productos que se
fabricaban salieron hacia todo El Imperio, fundamentalmente hacia Britania e
Hispania. En especial fue muy apreciada la cerámica sigillata roja, utilizada
en los productos domésticos de gran calidad.
Orientados por la simpática francesa nos disponemos a
visitar la exposición, advertidos de que la hemos de avisar para acompañarnos
en la parte final.
Recorremos la sala principal donde se exponen gran variedad
de utensilios, vasijas, ánforas, lámparas, se recrean lugares de los hallazgos
y en diversas vitrinas se pueden contemplar objetos encontrados en el subsuelo
de Montans.
Pasamos a unas dependencias separadas y nos encontramos
con estancias que recrean fielmente las habitaciones de una casa romana
y de su vida cotidiana, no se trata de una Villa, sino de la vivienda de los
humildes pobladores que bien podían ser los que elaboraban la cerámica.
En el exterior, en un gran patio, nos encontramos con otro
pequeño edificio en el que se ha reconstruido un pequeño taller, donde se puede
entender cómo se trabajaban los materiales y cómo se fabricaban las piezas.
Diversos moldes y objetos acabados nos transportan a otra época, y contemplamos
con curiosidad cómo se construían las tejas o las lámparas de aceite.
Todo el conjunto está realizado con mucho gusto y resulta
francamente didáctico, pero cuando ya pensando en irnos nos dirigimos a nuestra
amable anfitriona nos encontraremos con la última sorpresa. Nos pide que la
acompañemos y tras atravesar una puerta enrejada y cerrada con llave de la que
no nos habíamos percatado, nos encontramos ante el tesoro, quién iba a esperar
que en este recóndito lugar se escondía el brillo del oro y la plata de Roma,
junto con un montón de hachas de bronce y
barras de hierro de difícil datación, es fascinante.
Mientras fotografío las monedas de oro y plata, expuestas
con los tinteros que hicieron de huchas, en las que se encontraron, nuestra
amiga francesa nos cuenta que todo lo que vemos apareció por casualidad al
realizar unas obras en el pueblo y que el resto de los materiales tienen un
origen similar.
A pesar de que los primeros hallazgos se hicieron a mediados
del siglo XIX no fue hasta los años setenta del siglo XX, cuando un grupo de
arqueólogos se preocuparon de poner en valor este lugar hasta conseguir lo que
hoy podemos disfrutar. Se calcula que solamente un 6% de lo que supondría el
yacimiento ha sido excavado, pero por suerte para los habitantes de la zona
casi todo esta aquí.
Tras este broche final tan inesperado, nos despedimos,
llevándonos como recuerdo la reproducción de una joya romana y de unas monedas
galas de la época del caudillo Vercingétorix y con muy buen sabor de boca.
No cabe duda que no podemos evitar cierta envidia al ver la
estupenda gestión que en un pueblo tan pequeño han sabido hacer de su valioso
pasado, cuando bajo los cimientos de nuestras casas, allá de donde venimos, duerme
oculta Deóbriga, ciudad romana perdida de la que nadie se ha preocupado nunca.
Hoy nos vamos con la convicción de que, sin esperarlo, hemos
conocido el lugar en el que seguramente se fabricaron, hace casi dos milenios,
algunos de los utensilios cuyos fragmentos salen a la luz cuando los arados de
los labradores arañan las fincas que rodean nuestras casas.
"El Tesoro de
Montans es mucho más que su oro."
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