Esta mañana me he despertado con el eco de la
muerte de cientos de personas en Bangladesh, algo que ha sucedido hace unos
días pero que hoy ha resonado como un trueno en mi conciencia cuando se ha
confirmado la búsqueda de un español, copropietario de una de las empresas en
la que trabajaban hacinadas cientos de personas en un edificio ruinoso que se
ha acabado derrumbando.
En un país como el nuestro donde el tejido
industrial desaparece a marchas forzadas consumido por la falta de
competitividad, compatriotas a los que aplaudimos y catalogamos de valientes
emprendedores atraviesan océanos en busca de El Dorado.
Como hemos hecho los europeos desde tiempos
inmemoriales, sin ningún escrúpulo, partimos en pos de la riqueza para
conseguir el máximo beneficio, sin importarnos para ello explotar, destruir o
esquilmar todo y a todos los que se pongan por delante.
El capitalismo global ha traído consigo la
explotación global y si Europa y sus hermanos norteamericanos que se han
desarrollado y alcanzado niveles de bienestar impensables para el resto del
mundo nunca han tenido problemas en hacerlo, ahora que con la desaparición de
las utópicas y fracasadas soluciones socialistas el mundo avanza desbocado en
una sola dirección, la brecha social se hace imparable.
Mientras las multinacionales y las empresas
globales demandan y los gobiernos infames y corruptos ofertan, las personas de
países sin voz seguirán convirtiéndose en piezas de un mecanismo infame que con
sus migajas mantiene en la miseria a millones para que unos pocos se
enriquezcan.
Y en mitad del huracán nosotros, países
mediocres de la Vieja Europa, explotadores históricos pero con un legado que
nos ha permitido conseguir unas condiciones de vida dignas. Con un sistema social
y educativo que hasta ahora nos hacia sentirnos privilegiados y seguros, pero
que ahora se hunde. Simples consumidores, sin capacidad de
respuesta que poco a poco se van quedando sin recursos.
Hoy, viendo la actuación de nuestro
compatriota en Bangladesh y sintiendo de cerca la protesta diaria, de los que
en mi ciudad claman contra el cierre de otra industria textil, además de sentir vergüenza e impotencia, he
notado el escalofrío del suicida que con sus actos se acerca sin remedio al
precipicio. Mientras, en Bangladesh, siguen enterrando a
sus muertos.
Fuentes: Foto: AFP / VANGUARDIA LIBERAL)
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