Al
pie de la Nacional 1, en la recta que sale de Orón dirección a Ameyugo, se
yergue a la altura del cruce de Bujedo, una torre desafiante con sus muros
rasgados.
Acostumbrados
a verla nunca nos preguntamos qué historia esconde tras sus paredes y por qué
está ahí, sobre un pequeño cerro en mitad de la nada.
En
realidad es una torre telegráfica, su construcción se remonta a 1.845 y su vida
útil fue de poco más de diez años.
Otras
dos hermanas de esta edificación se pueden contemplar camino de Vitoria, un
poco más alejadas de la carretera, una cerca de Armiñón, y otra sobre el túnel
del Condado de Treviño.
Tras
ellas se esconde una pequeña parte de la historia de la comunicación española.
La
necesidad de obtener información en la distancia ha estado ahí desde siempre y
existen lejanos antecedentes de culturas que eran capaces de mandar señales a
grandes distancias utilizando atalayas en las que con hogueras, y un sencillo
código de señales conseguían enviar mensajes concretos.
Pero
no es hasta finales del siglo XVIII cuando se consigue crear un lenguaje capaz
de transmitir informaciones mas
sofisticadas.
Fue
en Francia, donde después de la Revolución a finales del siglo XVIII, con su
joven República enfrentada a todas las Monarquías vecinas, tenían la imperiosa
necesidad de conocer la situación de sus
fronteras. Fueron capaces de crear un lenguaje que se transmitió a través de la
primera línea de telégrafos ópticos, cuya construcción fue aprobada en la
Asamblea Nacional en 1.793 e iba desde París a Lille y a Estrasburgo.
Ya no sólo enviaban señales, telegrafiaban.
Los
franceses consiguieron así la ventaja de la información, que fue un importante
factor en la supervivencia de la
República.
Mientras
en Inglaterra y Norteamérica seguían sus pasos, desarrollando sus propios
sistemas, en España, a pesar de contar con algunos pioneros en la telegrafía,
como Betancourt que llegó a presentar su sistema ante la Asamblea Francesa pero
que no fue aceptado en detrimento del de Claudio Chappe, no fuimos capaces de
desarrollar nada parecido en la primera mitad del siglo XVIII, utilizándose
únicamente pequeños telégrafos portátiles para usos militares desde la Guerra
de la Independencia.
En
1.836 durante la Primera Guerra Carlista, el general Santa Cruz estableció para
poder tener una comunicación fluida en el Ejército del Norte dos líneas
estables que se unían en Logroño y proporcionaban un enlace entre Vitoria y
Pamplona. La línea Logroño- Vitoria tenía seis torres intermedias, las más
importantes cubrían el trayecto Logroño- Miranda, protegiendo el curso del
Ebro.
Ejercito del Norte –Fuertes construidos por los ingenieros militares en la linea de Miranda de Ebro a Vitoria.
Ejercito del Norte –Fuertes construidos por los ingenieros militares en la linea de Miranda de Ebro a Vitoria.
No
fue hasta 1.843, cuando al firmarse el Convenio de Vergara y proclamarse la
mayoría de edad de Isabel II., se consiguió cierta normalidad en la convulsa
historia de España y entonces se pudo acometer alguna medida para modernizar la
Administración, y, entre otras, la puesta en marcha de un servicio telegráfico
de ámbito nacional.
La
decisión tan tardía hizo que cuando se adoptó un sistema de telégrafo óptico en
nuestro país, Francia e Inglaterra ya estuvieran desarrollando un sistema
eléctrico que dejaría obsoleto el nuestro prácticamente antes de acabarlo.
De
hecho, el proceso se inició con un Real Decreto de marzo de 1.844 y se
abandonaron las últimas torres en agosto de 1.857, como siempre, tarde y mal.
Los
artífices de la puesta en marcha del servicio fueron Manuel Varela, brigadier
del cuerpo de Ingenieros del Ejército, nombrado Director General de Caminos, y
José María Mathé, ganador del concurso que se estableció para escoger el sistema
telegráfico. En la fotografía podemos observar un sello donde aparece José María Mathé.
En
una época difícil en la que la inseguridad era constante, construyeron un
entramado de torres que partían de Madrid y constituían tres líneas principales
con fin en Irún, Cádiz y La Junquera. Había previstas otras líneas secundarias
pero, de hecho, solo se construyeron, con algunas variaciones, las tres
primeras.
La
primera que entró en servicio fue la Madrid-Irún, su construcción fue ordenada
por Real Orden de 29 de septiembre de 1.844
y se inauguró dos años después, el 2 de octubre de 1.846, fue la última
en dejar de funcionar y su uso se alternó con el telégrafo eléctrico. A esta
línea que estaba formada por 52 torres pertenecen las tres que se pueden
observar en los alrededores de Miranda, la nº 33 en Campajares, con sus muros
destrozados, la nº 34 en Quintanilla prácticamente restaurada y la nº 35 en
La Puebla de Arganzón. Es un bonito
ejercicio situarse en la primera y buscar la silueta de la siguiente, para
comprobar cómo “no a más de tres leguas pero no a menos de dos se aprecian perfectamente”.
En
la construcción de las torres primaba tanto su carácter de red de comunicación
como su carácter defensivo, por eso sus sólidos muros han desafiado el paso del
tiempo, llegando muchas de ellas hasta nuestros días.
Los
hombres que las ocuparon y que vivieron en condiciones durísimas provenían casi
siempre del ejército, y a pesar de que una de las directrices que se siguió a
la hora de decidir su emplazamiento era que estuvieran cerca de poblaciones
habitadas, en ocasiones no era posible, y el aislamiento y su difícil acceso
hacían muy dura la vida del torrero, como demuestra el hecho de que en los diez
años que estuvo en uso el servicio se produjeron cerca de 40 muertes por
enfermedad o accidentes.
El
progreso siguió y las líneas de telégrafo eléctrico se fueron extendiendo con
lo que aquellos torreones imponentes dejaron de tener sentido. Sin ninguna
función cayeron en el olvido y excepto unos pocos que fueron reutilizados para otros usos,
fueron deteriorándose rápidamente.
Hoy
las ruinas de la mayoría de ellos nos contemplan desde los cerros, al pie de
nuestras carreteras, sin que nos demos cuenta.
Testigos
mudos de la evolución de las comunicaciones que ha hecho posible que hoy
llevemos el mundo en el bolsillo sin darle apenas importancia.
No
estaría de más que cuando divisáramos alguna de esas viejas torres, la
miráramos de reojo para valorar realmente lo que ha costado llegar hasta aquí y
nos diéramos cuenta del poder de que hoy disponemos al comunicarnos
instantáneamente y acceder a una inagotable fuente de información.
Para
encontrar más información sobre las torres, podéis acceder al siguiente enlace:
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