Poco
han cambiado las laderas del Gorbea en 76 años.
Desde
aquel invierno sangriento de 1.936 han vuelto sus cuerpos descarnados a ver la
luz de Etxaguen para recordarnos que las consecuencias del fanatismo y la
intransigencia no pueden caer en el olvido.
Fue
entre el 30 de noviembre y el 23 de diciembre de 1.936, cuando se produjo la
ofensiva conjunta desde el País Vasco, Cantabria y Asturias, que de haberse
resuelto favorablemente hubiera podido cambiar en cierta medida el curso de la
guerra.
El
objetivo de los hombres que procedentes de Vizcaya lucharon en estas tierras,
era Villarreal, ahora Legutiano.
Pretendían
llegar a Vitoria y liberarla, para de allí dirigirse al nudo ferroviario de
Miranda de Ebro donde se encontrarían con las fuerzas republicanas procedentes
de Santander.
De
esta manera también se pretendía liberar la presión sobre Madrid en unos
momentos en los que los sublevados
concentraban toda su fuerza sobre la capital.
Para
esta acción se prepararon más de 15.000 soldados, en su mayoría milicianos de
izquierdas y nacionalistas que debían superar a una guarnición de unos 2.900
nacionales.
Los
combates duraron hasta el día 24 de diciembre, fecha en que los contendientes
volvieron a sus antiguas posiciones y la ofensiva se dio por terminada.
1.600
muertos y desaparecidos y 5.500 heridos entre los dos bandos fue el resultado y
quedó claro que la valentía personal en un Ejército Vasco y en unos milicianos
a medio formar no era suficiente para derrotar a las tropas regulares del bando
sublevado.
Hoy
con la ayuda de los recuerdos infantiles de los vecinos octogenarios del pueblo
ha sido posible localizar el lugar exacto donde se vaciaban los carros cargados
de cadáveres procedentes del frente.
Junto
a la iglesia de Etxaguen, donde en aquel invierno del 36 se instaló un Hospital
de Sangre, se ha localizado estos días la mayor fosa común descubierta en
Euskadi hasta la fecha. Miembros de la Sociedad Aranzadi han realizado los
trabajos y serán los que intenten verificar la identidad de los cuerpos.
Pero,
en principio, los restos de la docena de cadáveres enterrados boca abajo pueden
pertenecer a soldados de un batallón comunista vizcaíno. Son parte de un grupo
mayor que descansa bajo la carretera, construida después de la guerra y que
oculta bajo su asfalto el resto de la fosa.
Para
unos serán gudaris, para otros milicianos. Los políticos de hoy, como los de
entonces, se apresurarán para dar sus discursos y hacer sus lecturas
interesadas.
Lo
cierto es que como reconoció el párroco de Etxaguen, presente en la exhumación
y parte importante del proceso ya que la fosa se encuentra en terrenos de la
iglesia, para los vecinos de la zona,
que siempre han sabido de la existencia de un enterramiento en el pueblo,
descubrirla y estudiarla es una liberación.
Pero es más, en estas tierras vascas, donde las heridas de la violencia han permanecido abiertas mucho más tiempo, es saldar una deuda y devolver la dignidad a aquellos que dieron su vida por unos valores que hoy todos defendemos y cuyo sacrificio fue silenciado por el peso de la derrota y el terror de los vencedores.
A continuación os dejo unos enlaces muy
interesantes relacionados con el tema tratado:
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