Con la
fuerza del progreso y en pos de la seguridad hace ya muchos años que aquellos
gigantes que también contemplaron a los pelotones de ciclistas que a toque de
sirena salían disparados del inmenso complejo fabril, cayeron para dejar paso a
una carretera más ancha que diera la bienvenida a los que por aquí llegaban a
nuestra ciudad.
Hoy,
circular por esta recta es mirar de reojo al pasado. Contemplar los edificios
coronados por la imponente chimenea en la que, como un insulto, destaca en lo
más alto la "R" , anagrama de sus últimos propietarios suecos, es notar una punzada en
la herida que todos los que nos sentimos mirandeses llevamos abierta.
Dejar atrás
las naves, las balsas y las antiguas escombreras de la fábrica para sin
abandonar la recta pasar junto a las piedras que a la intemperie nos hablan del
legado romano y celtíbero que allí se esconde, mientras los restos
prácticamente abandonados se degradan día a día, es otra pieza más del sinsentido
en que en esta época nos movemos.
En los días
en que a las ruinas milenarias convertidas casi en escombros se están uniendo
cruelmente las ruinas de los edificios en los que trabajamos muchos de
nosotros, nuestros padres o abuelos y, cuando las máquinas están destrozándolos
sin piedad en pos de un futuro incierto, no está de más echar la vista atrás y
recordar lo que aquella fábrica maloliente significó.
El origen
del proyecto se remonta a los oscuros años en los que el miedo y la miseria de
la posguerra lo impregnaban todo. Años en los que nuestros amigos y aliados
eran aquellos que habían apoyado al bando vencedor en la contienda civil y
paseaban por Europa sus botas con paso firme.
Más de un
plano de aquel proyecto se trazó en la Alemania Nazi , y más de un joven técnico mirandés
fue testigo de las ciudades bombardeadas en el final del Tercer Reich.
La
construcción de la fábrica, en el inmenso terreno entre el Bayas y el Zadorra
necesitó varios años y constituyó un fenómeno social.
Miranda era
una ciudad marcada por el ferrocarril pero eminentemente agrícola, con una
única instalación fabril, la
Azucarera y algunos pequeños talleres. A partir de entonces, los miles de trabajadores que acudieron a la construcción y después se quedaron
a trabajar cambiaron para siempre su carácter.
FEFASA,
Fábrica Española para la
Fabricación de Fibras Artificiales, constituyó un modelo
singular. Para la mejor integración de los trabajadores que acudieron en masa
procedentes del campo se construyó un auténtico pueblo nuevo, el Poblado de
Fefasa. Viviendas unifamiliares, en las que las familias disponían de un trozo
de terreno donde poder seguir cultivando sus huertas y de esa manera además de
no perder su arraigo, podían conseguir cierto autoabastecimiento.
Fórmula
paternalista que conseguía su propósito ya que además de facilitar la
integración de aquellos labradores reconvertidos en obreros, posibilitaba una
mejor subsistencia a las familias, que muchas veces hubieran tenido
dificultades para sobrevivir con los escasos salarios de la época.
En julio
del 57, Franco se paseaba por las instalaciones orgullo del Régimen.
El NODO,
con su imperial tono, se hacía eco de la empresa que con materia prima tan
abundante como la paja, iba a fabricar cantidades ingentes de pasta de papel y
fibra, facilitando el desarrollo y el autoabastecimiento de la patria.
La
inversión fue tremenda, y el Poblado, se dotó de servicios, escuelas, iglesia,
economato, piscina y campo de fútbol. En Miranda
se abrió otro economato y se hicieron viviendas para los jefes y los
ingenieros.
Las clases
siempre estuvieron muy marcadas, y los lujos de los despachos, las
instalaciones deportivas dentro del recinto exclusivas para los de una
determinada categoría, o la existencia incluso de un recinto de tiro al plato,
son símbolos de otra época e impensables hoy en día.
Pero a
pesar de aquellas relaciones personales tan peculiares y de unas condiciones
laborales realmente duras, fueron años de crecimiento, de ilusión y de
desarrollo.
La fábrica
fue el motor de la ciudad y permitió la salida para muchas familias y la
formación de proyectos personales que de otra manera hubieran sido imposibles. Aquel
poblado construido artificialmente se convirtió en un lugar lleno de vida en el
que el bullicio de decenas de niños de las jóvenes familias lo impregnaba todo,
las fiestas anuales que se celebraban llegaban a superar a las de la ciudad.
Siempre a
los pies de la inmensa chimenea y soportando sus olores muchos padres con su
esfuerzo diario pudieron ver cumplidos sus sueños y conseguir un futuro mejor
para los suyos.
Con el
tiempo, las condiciones de los trabajadores fueron mejorando a la vez que el
número de los que trabajaban en ella disminuía progresivamente. Las mejoras
técnicas no hacían necesaria la utilización de tanta mano de obra.
La
rentabilidad de la empresa nunca fue demasiado elevada y bajo el paraguas del
Estado y sujeta a los vaivenes del fluctuante mercado de las materias primas
siguió su curso durante décadas.
Su nombre
cambió y se integró en ENCE, perteneciendo al Instituto Nacional de Industria.
La fábrica
de fibra se paró y en su lugar llegó la inversión extranjera que construyó en
antiguos terrenos de FEFASA lo que hoy sigue siendo Montefibre.
La materia
prima cambió y los montones de paja fueron sustituidos por las pilas de madera.
Uno de los principales factores que se esgrimían para la instalación de este
proyecto en Miranda desaparecía, ya no era la cercana paja castellana la que
alimentaba sus entrañas sino la madera, cántabra, gallega, portuguesa o incluso
la que llegaba en barco desde otros continentes.
El paso de
los años y el cambio en la estructura política y económica del país hizo que
instituciones como el INI, símbolo de otro tiempo y fórmula creada en tiempos
de dictadura y autarquía económica, se fueran trasformando.
En este
contexto apareció la alternativa de la privatización y en Miranda aterrizó la
multinacional americana SCOTT.
Renació la
esperanza, con nuevos proyectos, y la ilusión de nuevas inversiones que
diversificarían la producción y asegurarían el futuro. Pero todo se diluyó como
el humo y la fábrica se convirtió en una pieza de trueque al compás del
mercado.
Cambió de
manos y KIMBERLY CLARK fue su nuevo propietario, no por mucho tiempo y los
mayores fabricantes de pañuelos de papel, Kleenex pronto se desprendieron de
ella.
Un pequeño
grupo sueco fue el que en una coyuntura propicia la adquirió a precio de saldo,
ROTTNEROS.
Era de suponer que poco interés, más allá del meramente económico y
especulativo, podían tener personas tan ajenas y tan alejadas de nosotros, así
que en el fondo el proceso que siguió era ciertamente previsible.
Hubo años
de abundancia en los que los nuevos propietarios pudieron recoger el fruto de
su inversión. Aquellos beneficios lejos de reinvertirse en nuestras viejas
instalaciones, cruzaron las fronteras para apoyar centros menos rentables o
lejanos proyectos en otros países.
La
esperanza se despertó casi al final del camino cuando a pesar de no verse un
apoyo claro a la fabricación de pasta, la apuesta por un nuevo proyecto en los
terrenos de Miranda hizo creer en la indudable continuidad de la actividad.
Cerca de seis millones de euros se “quemaron” en SILVIPACK, una nueva empresa
con un novedoso producto que iba a servir de revulsivo a la producción mirandesa.
Todo se
cayó, el fluctuante mercado de materias primas hizo inviable la fabricación de
pasta, las pérdidas aparecieron y los suecos decidieron unilateralmente que en
su estrategia empresarial la vieja fábrica de Miranda no contaba. Incluso las
relucientes instalaciones de Silvipack dejaron de tener sentido para ellos, y
lo que iba a ser un revulsivo se convirtió en una puntilla.
A partir de
ahí comenzó la pesadilla, fueron tiempos de lucha, de esperanza primero y de
desilusión después. De engaños y mentiras, de promesas falsas y de
desencuentros.
De
enfrentamientos, acampadas y encierros, de impotencia.
Y al final,
el agotamiento, los acuerdos falsos, la solución para unos pocos y el olvido
para la mayoría.
Acabada la
lucha, los dramas personales, la adaptación a las nuevas vidas y a trabajos
precarios, las carreras profesionales truncadas antes de tiempo, la añoranza de
la seguridad perdida, la jubilación temprana y el silencio.
En
cualquier caso, el fracaso y el sentimiento total de abandono e indefensión
ante una empresa incapaz de mostrar un mínimo acercamiento a la realidad de
personas que habían dejado la vida en sus trabajos, y que a día de hoy siguen
sin haber recibido nada por su parte. Parece imposible que los derechos de los
trabajadores y de los proveedores se hayan visto quebrantados hasta el punto de
que cuatro años después del cierre aquellos desaparecidos inversores suecos no
hayan cumplido con sus obligaciones, envolviendo el proceso en una inacabable
maraña legal.
Actualmente
la situación es la que es y muchas otras empresas han ido cerrando sus puertas
sin que en el futuro se vislumbre la posibilidad de un cambio.
Hoy que las
cizallas cortan las vigas y las máquinas derriban las paredes formando una
inmensa montaña de escombros, mientras camiones repletos de chatarra y
maquinaria obsoleta huyen cargados con las entrañas de la fábrica.
Hoy podemos
sentir que con la caída de esas ruinas todos caemos un poco más.
Muy buen blog, me encanta. Es una pena que FEFASA acabe asi, por esa mala gestion de esos Suecos. Espero que esto nos sirva de ejemplo y nunca demos mas oportunidades a los Suecos a tener propiedades en nuestro pais. Todos estamos con FEFASA
ResponderEliminarHola Luis:
ResponderEliminarRebuscando en los cajones he encontrado unas películas de un tío-abuelo.En dos de ellas sale el nombre de FEFASA. En una hay una construcción creo en los terrenos de Miranda y en otra un coctel...
¿Puedes ponerte en contacto conmigo? guti@unizar.es
Un saludo
Jesus GUTIERREZ ILARDUYA
Muy buen artículo, muchas gracias. Yo he vivido mi infancia en ese barrio de Fefasa... cuántos recuerdos....
ResponderEliminarPodrías darne alguna informacion sobre los terrenos donde se construyeron las viviendas? Eran de particulares utilizadas como zonas de cultivo?
Muchas gracias. Re