Visitar
Roma es vivir y sentir el arte y la historia en cada rincón, y por eso cuando
la recorremos nos encontramos con multitud de Romas diferentes.
Una de las que se esconde entre sus calles, alejada un poco de las rutas
turísticas, la podemos revivir en tres escenarios concretos, Vía
Rasella, Calle Tasso y las Fosas Ardeatinas.
Pasear por Vía Veneto, hacer una parada en el Cementerio de los Capuchinos, cruzar por
ciudad. Pero un pequeño desvío a la derecha en
ese itinerario nos puede trasladar por una estrecha
calle empinada a la Roma
más cercana, a la que vivía en tensión en la primavera de 1.944.
Vía Rasella poco ha cambiado en los casi setenta años que nos separan de aquel 23 de marzo cuando a las tres y media de la tarde, una columna de las SS, el batallón Bolzano, enfilaba la calle con su paso marcial y sus cantos guerreros.
Y aunque parezca mentira, poco ha cambiado la fachada de una de las paredes que recibió la metralla que mezclada con la sangre de aquellos que desafiantes desfilaban fue a parar contra la pared después de que un carrito de basura que el partisano Rosario Bentivegna, vestido de barrendero, explotara cargado de tritolcon.
La muerte y el desconcierto se apoderaron del lugar y 33 soldados perecieron en aquel instante o posteriormente.
Contemplar los impactos de bala y de metralla todavía presentes en lo alto del número 141 de Vía Rasella, nos traslada a aquellos momentos de confusión en los que cuerpos mutilados, muertos o heridos llenaban la calle, mientras la sangre corría por la cuesta y el sonido de los disparos, de los que habían sobrevivido, cortaba el aire buscando al enemigo invisible, incapaces de alcanzarlo.
Todo sucedió aquí bajo esos agujeros que hoy todavía permanecen como testigos mudos.
Aquel atentado, el mayor realizado por la Resistencia, desde que los antiguos aliados alemanes se habían convertido en invasores, provocado por un intento de ayudar a los americanos que habían desembarcado en Anzio y que tenían grandes dificultades en su avance hacia Roma, había de convertirse en el desencadenante de una represalia mucho más trágica.
Siguiendo los pasos de aquellos sucesos hoy podemos visitar el edificio gris situado en una calle cercana a San Giovanni Laterano, en el número 145 de Vía Tasso, que una placa identifica como Museo Storico della Liberazione.
En este lugar se situó en principio el Departamento Cultural de la Embajada de Alemania y posteriormente, en 1.943, fue transformado en prisión y sede de la Gestapo, por él pasaron y fueron torturados e interrogados los más importantes miembros de la Resistencia Romana.De aquí salieron a las dos de la tarde del día siguiente al atentado de Vía Rasella, los primeros sentenciados por orden de Hitler quien, después de rebajar su pretensión de asesinar a 50 italianos por cada soldado muerto, ordenó por consejo de sus mandos que fueran 330 los ejecutados, 10 italianos por cada alemán.
Los 335, cinco más de los previstos, se eligieron entre algunos de los detenidos en la misma Vía Rasella, otros 50 sacados al azar de los cuarteles de la Policía Italiana de Roma, 57 judíos escogidos también al azar y además de los presos políticos de la calle Tasso, se completó la lista con otro grupo de la Cárcel de Regina Coeli situada en el Trastevere.Entrar al edificio de la calle Tasso es trasladarse al pasado.
En sí mismo no se diferencia demasiado de cualquier otro habitado por vecinos de la zona, de hecho, algunos de los pisos dan la impresión de estar ocupados por familias. Nos colamos en la planta baja, tras atravesar una puerta, dentro de las oficinas en las que parece que el tiempo se ha detenido. Montañas de papeles llenan las mesas en las que trabajan voluntarios que intentan mantener viva la historia de una época tan convulsa para este país.Todo es muy informal, muy italiano, al indicarles que queremos ver el museo nos hacen esperar y poco después un hombre de avanzada edad y bastante curioso, nos indica que le sigamos. Subimos andando un par de pisos y tras abrirnos la puerta de uno de los apartamentos nos indica que pasemos y que después vayamos al piso de arriba.
Allí nos deja, es media mañana y estamos solos, es una exposición diferente que iremos descubriendo a nuestro aire, con explicaciones exclusivamente en italiano.
Habitaciones decoradas con carteles y proclamas de la época, vitrinas con recuerdos, documentos de todo tipo, fotos del pasado, símbolos raciales, homenajes a los héroes de la resistencia.Pero sobre todo en el piso superior, las celdas, simples habitaciones en forma de rectángulo, que se han construido al dividir otras mayores que originariamente constituirían aquellos pisos. Y en las paredes la historia viva, protegidos por unas placas de plástico se conservan multitud de grafittis. Poemas, nombres, fechas, banderas, escritas y dibujadas sobre el yeso de la pared quién sabe con qué instrumento. Y entre todos los recordatorios de los que quisieron dejar constancia, quizás de su última existencia, uno muy significativo, el del General Simoni’s Cellar, héroe de la Primera Guerra Mundial y que permaneció detenido del 22 de enero al 24 de marzo de 1.944.Podríamos haber pasado mucho tiempo entre aquellas paredes, buscando recuerdos y sintiendo el aliento de los que allí sufrieron, pero Roma nos reclama y son muchos los lugares que queremos visitar en un tiempo muy limitado.Abajo nos espera nuestro peculiar anfitrión con un catálogo de la “mostra” y un curioso cómic que relata la Liberación de Roma, tras agradecérselo y hacer una pequeña contribución para la conservación de las instalaciones, nos vamos con la sensación de haber podido compartir de cerca una parte de la tragedia, en un lugar por el que increíblemente apenas ha pasado el tiempo.Salir del edificio de la calle Tasso, antigua sede de la Gestapo, nos vuelve a situar en el lugar en que aquel 24 de marzo fueron cargados en camiones de transporte de carne parte de los condenados, hacia su fatal destino.
Las hoy llamadas Fosas Ardeatinas era el lugar al que se dirigieron los vehículos que por el camino se fueron uniendo con otros de diferentes lugares para formar el cortejo fúnebre que dirigía el Comandante Herbert Kappler.
Visitarlas hoy es sencillo, se encuentran muy cerca de uno de los lugares más visitados por los turistas que nos acercamos a la Antigua Roma, las Catacumbas de San Calixto. No deja de ser un macabro juego histórico, que tan cerca de donde reposaron los restos de miles de antiguos romanos, martirizados algunos de ellos, según la tradición cristiana, reposen los restos de estos 335 mártires modernos, asesinados en una espiral de violencia injustificada que arrasó estos lugares hace tan poco tiempo.El acceso a las Grutas Ardeatinas, Fosas desde el día de la masacre, está presidido por un monumento colosal, que representa a varios hombres maniatados hombro con hombro, en recuerdo de los que esperaban a la puerta de las cuevas, mientras oían el sonido de los gritos y los disparos que salían del interior. De cinco en cinco las galerías se iban tragando a las personas anotadas en la lista.
Al entrar los condenados podían ver los cadáveres iluminados con antorchas de los que les habían precedido y arrodillados sobre ellos, recibían un tiro en la cabeza.
Metódicamente, un oficial de sanidad se iba acercando a los cuerpos para certificar su muerte, y cuando una de las cuevas estuvo saturada se pasó a la siguiente.El último grupo de cinco personas esperó varias horas y cuando le llegó su turno el oficial contador se dio cuenta de que con ellos la suma ascendía a 335, había un error y los últimos sobraban, no obstante Kappler dio la orden de que siguiera la ejecución y se les asesinó como al resto.
Al final 335 personas habían sido ejecutadas.Aunque parezca increíble la muerte de los cinco últimos fue lo que llevó a prisión a Keppler que, juzgado en 1.948, fue condenado por la ejecución de cinco personas más de las que el castigo había estipulado.Castigo que se consideró legal ya que según la Convención de Ginebra, fusilar, en tiempos de guerra, a raíz de un atentado, si se consideraba terrorista lo era, y con esos argumentos fueron absueltos sus superiores los generales Kesselring y Máltzer.
Sobrecoge entrar en las cuevas, recorriendo el corto trayecto que desde el exterior nos lleva hasta el fondo, donde unas tenues luces, a modo de antorchas iluminan los sencillos epitafios que recuerdan la tragedia.
E impresiona la visión del mausoleo que en una cueva adyacente recoge las tumbas alineadas de los 335 que reposan allí. De toda clase y condición, unos junto a otros, descansan juntos como testigos mudos del final de una oscura época que empezó veinte años antes con la subida al poder de la locura fascista.
http://www.televeo.com/Cine/muerte_en_roma
Increíbles historias!
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